“[Dios] Hizo que mi piel y mi carne envejecieran; quebró mis huesos. Me sitió y me rodeó de angustia y aflicción. Me enterró en un lugar oscuro, como a los que habían muerto hace tiempo.… Y a pesar de que lloro y grito, cerró sus oídos a mis oraciones.” Lamentaciones 3:4-6, 8 (NTV)
Todos pasamos por periodos en que nuestras vidas parecen derrumbarse. Perdemos el trabajo. Se rompe una relación. Alguien fallece. Nuestra salud se quebranta.
En esos tiempos tenemos la tentación de pensar que Dios nos ha abandonado.
Pero no lo ha hecho.
El antiguo profeta Jeremías estaba en una situación parecida cuando escribió el libro de Lamentaciones. Su nación, Judá, atravesaba una enorme crisis económica y era aterrorizada por un enemigo extranjero. Fue testigo de increíbles atrocidades contra su pueblo. La gente estaba sin trabajo y moría de hambre.
¿Con qué partió Jeremías? Le dijo a Dios cómo se sentía. En Lamentaciones 3, Jeremías dice: “Hizo que mi piel y mi carne envejecieran; quebró mis huesos. Me sitió y me rodeó de angustia y aflicción. Me enterró en un lugar oscuro, como a los que habían muerto hace tiempo.… Y a pesar de que lloro y grito, cerró sus oídos a mis oraciones.” (NTV)
¿Te sorprende que estas palabras estén en la Biblia? Jeremías, también, sintió que Dios le había olvidado. Pero no ignoró lo que estaba sintiendo. No suavizó ni endulzó la situación. Le dijo a Dios lo que había en su corazón. De hecho, Jeremías escribió cinco capítulos diciéndole a Dios lo que pensaba de la situación. Le dijo a Dios: “¡Esto apesta!”
¿Por qué Dios pondría este tipo de pasaje en la Biblia? Él quiere que sepas que puede manejar tu ira, tus quejas y tu dolor. Jeremías dedica un libro completo de la Biblia sacando a luz su molestia y dolor. Si Dios fue suficientemente grande y poderoso como para manejar el dolor de Jeremías, también es capaz de manejar el tuyo.
Si te tragas tus emociones, te lastimarás a ti mismo. ¡Tú estómago te pasará la cuenta!
En vez de eso, preséntalas a Dios.
Cuando mis hijos eran pequeños, tenían berrinches. Pero esos berrinches no me hacían amarlos menos. No me hacían dudar de mis decisiones. No me hacían sentir menos padre.
Me recordaban que mis hijos eran inmaduros. Y ellos no sabían que yo lo sabía.Dios no te amará menos cuando tienes un berrinche. Él no te debe ninguna explicación, pero nunca temerá lo que tienes para decirle.
Entonces, díselo. Es el comienzo de la sanidad.
Escucha la enseñanza de hoy del pastor Rick
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