“Donde hay envidias y ambiciones egoístas, también habrá desorden y toda clase de maldad”. Santiago 3:16 (NTV)
Lo que más te detiene del propósito y la misión de Dios para tu vida es un pecado muy sutil. No es la lujuria o el orgullo o la ira; no es la preocupación o el miedo o el desaliento. De hecho, es probable que ni siquiera pienses en esto porque aparenta ser tan inofensivo, que no nos damos cuenta de su efecto perjudicial en nuestras vidas.
Es la envidia.
Cuando envidias a los demás, estás tan obsesionado con lo que no tienes y con lo que no eres que te pierdes totalmente el plan de Dios para ti.
Necesitas entender las cuatro formas en que la envidia daña tu vida para que puedas eliminarla de tu vida.
Salmo 139:13-16 dice, “Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo y me entretejiste en el vientre de mi madre. ¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien. Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz. Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento fue diseñado antes de que un solo día pasara” (NTV). La envidia te ciega ante tus propios dones y singularidad. Pero Dios no te hizo para que fueras como los demás. Dios te hizo para que fueras tú.
No puedes seguir el propósito de Dios y centrarte en otras personas al mismo tiempo. Tendrás una lealtad dividida, y entonces no conseguirás hacer nada en tu vida. Jesús dice en Mateo 6:24, “Nadie puede servir a dos patrones al mismo tiempo. Odiará a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas” (PDT).
Eclesiastés 4:4-8 dice: “Luego observé que a la mayoría de la gente le interesa alcanzar el éxito porque envidia a sus vecinos; pero eso tampoco tiene sentido, es como perseguir el viento… Es el caso de un hombre que está totalmente solo, sin hijos ni hermanos, no obstante, trabaja mucho para acumular toda la riqueza posible. Sin embargo, luego se pregunta: «¿Para quién trabajo? ¿Por qué me privo de tantos placeres?». Nada tiene sentido, todo es tan deprimente” (NTV).
En el fondo se trata de un problema del corazón. La envidia es un problema del corazón.
Cada vez que envidias te has equivocado en tu adoración, porque la envidia es una forma de adoración. Dice: “Deseo eso. Quiero eso. Amo eso. Quiero vivir para eso”. Eso se llama adoración. Y cada vez que ese objeto no es Dios, se convierte en un ídolo.
Si quieres eliminar la envidia, tienes que preguntarte: “¿Qué estoy adorando? ¿Adoro a Dios y Su gracia en mi vida? ¿O estoy adorando lo que quiero de otras personas?”.
Reflexiona sobre esto:
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